7/7/09

Costal de sonrisas

Había una vez un hombre de sal, grande y gris. Recorría por las noches los campos verdes, solitario, sin rumbo. Nunca brillaba, aún bajo el reflejo de la luna. Por eso era invisible para el mundo.
Una tarde de verano, en un acto fuera de lo usual, salió a dar una vuelta por el quemante asfalto de la ciudad. Para su sorpresa, encontró miles de sonrisas por el camino. Eran tan raras y brillantes, que decidió irlas guardando en su costal de sal.
De regreso en casa, notó que las manos se tornaban de cierto color extraño, más no quiso alarmarse. Guardó el costal en un lugar seguro, y se fue a dormir, como todas las noches, esperando el amargo sueño. Pero no hubo tal. Cuando despertó, el costal estaba vacío, y su cuerpo brillaba de pies a cabeza.




1 comentario:

Chu dijo...

El señor de las sonrisas