24/8/10

Carta al viento

Querida luna:
Si lo ves ésta noche, cuéntale una historia que nunca acabe. Háblale de flores y campos, y de la inmensidad del amanecer. Cántale en voz baja sobre la sinceridad en una sonrisa, y de lo grande que es perdonar. Dile de la sutil belleza de ceder. Recuérdale de dónde viene, y hacia dónde va, y no dejes nunca de iluminar su camino. Háblale de la verdad del silencio que se funde en un abrazo. Llévate sus miedos, y regálale sólo momentos de tranquilidad. Dile que mi corazón sigue allí, alado del suyo. Cuéntale de cómo reiremos juntos de todo esto, y de las miles de noches que tenemos para hacerlo. Háblale de cómo el amor libera y no sabe de condiciones. Recuérdale que las nubes se pueden pintar de mil colores, y que estamos viendo el mismo cielo. Cántale con el viento sobre los instantes de claridad. Háblale de los sueños donde lo iré a encontrar. Dile que las estrellas se pueden robar, y que si cierra los ojos, ahí estaré. Pídele que me mande una señal contigo. Si lo ves ésta noche, cuéntale una historia que nunca termine, donde podamos escribir nuevos renglones.

10/8/10

¿En qué momento?

¿En qué momento olvidaste la habilidad de sorprenderte, y comenzaste a aburrirte?
¿En qué momento dejaste de escuchar, para empezar a hablar?
¿En qué momento desubriste la avaricia, y abandonaste la bondad?
¿En qué momento lo simple se volvió complicado, y lo complicado imposible?
¿En qué momento la salvación te condenó a una libertad condicionada?
¿En qué momento te perdiste en la vanalidad del triunfo, arrasando con todo lo que estorbe?
¿En qué momento tus sueños se convirtieron en miedos, que ahora son fracasos?
¿En qué momento se marchitó tu esencia, infectada de redundancias?
¿En qué momento tu tesoro se alejó de tu corazón?


Todo lo que no fui

Pude haber sido tantas cosas que nunca fui. Astronauta en patines, cazadora de dragones, heroína en un cuento de horror. Pero nada de eso fui.
Dejé en algún cajón la esperanza de nunca crecer, alado de los soldaditos de plomo, polvorientos y desdichados. Se me escaparon las historias por las comisuras de los párpados, así como cuando se pierde el último minuto del día. Me di cuenta tarde. Y aunque el tiempo no se recupera, la memoria si.
Pude haber sido tantas cosas que dejé ir.  Viajera del tiempo, científica del amor, nómada de pueblos fantasmas. Pero todo eso dejé ir.
Creí, aunque sin quererlo, cuando dijeron que la vida era así. Pero no solté la hebra, y está permitido recomenzar a tejer.

Cuento corto

Tenía el tipo de cuerpo del que encuentra uno muy seguido; frágil, menudo, con los huesos queriendo asomarse por entre la piel. Dejaba siempre un flequillo de cabello cayendo por en medio de la frente, sepa Dios que se pudiera dejar al descubierto si lo removiera. Sus ojos eran grandes y negros, y todo aquel que los veía, se hundía en una extraña melancolía por días. Recién había cumplido trece, pero a juzgar por los cambios en su cuerpo, y sobre todo en su temperamento, seguro se sentía de dieciocho o veinte.
Se levantaba religiosamente todas las mañanas a las cinco, vestía su ropa de trabajo, y se iba junto con su padre a recorrer las calles de la ciudad. Este es un trabajo tan digno como el de cualquiera, le repetía su padre, pero ella lo sabía desde mucho antes. No entendía porqué la gente se deshacía tan fácil de las historias de su vida; yo, -pensaba-, podría seguir toda una vida siendo la heroína y guardiana de éstas historias.
Un día como cualquier otro, mientras revisaba entre la basura, separándola según su tipo, encontró una pequeña caja de madera con un pirograbado exótico en la tapa, que no logró descifrar, pues antes de que pudiera siquiera intentarlo, se encontraba ya abriendo aquella caja, con unas ansias casi incontrolables, que ni ella misma se explicaba. De pronto el cielo se iluminó de colores infinitos, y de inmediato supo que ya no tenía que buscar más, tenía su propia historia.