10/8/10

Cuento corto

Tenía el tipo de cuerpo del que encuentra uno muy seguido; frágil, menudo, con los huesos queriendo asomarse por entre la piel. Dejaba siempre un flequillo de cabello cayendo por en medio de la frente, sepa Dios que se pudiera dejar al descubierto si lo removiera. Sus ojos eran grandes y negros, y todo aquel que los veía, se hundía en una extraña melancolía por días. Recién había cumplido trece, pero a juzgar por los cambios en su cuerpo, y sobre todo en su temperamento, seguro se sentía de dieciocho o veinte.
Se levantaba religiosamente todas las mañanas a las cinco, vestía su ropa de trabajo, y se iba junto con su padre a recorrer las calles de la ciudad. Este es un trabajo tan digno como el de cualquiera, le repetía su padre, pero ella lo sabía desde mucho antes. No entendía porqué la gente se deshacía tan fácil de las historias de su vida; yo, -pensaba-, podría seguir toda una vida siendo la heroína y guardiana de éstas historias.
Un día como cualquier otro, mientras revisaba entre la basura, separándola según su tipo, encontró una pequeña caja de madera con un pirograbado exótico en la tapa, que no logró descifrar, pues antes de que pudiera siquiera intentarlo, se encontraba ya abriendo aquella caja, con unas ansias casi incontrolables, que ni ella misma se explicaba. De pronto el cielo se iluminó de colores infinitos, y de inmediato supo que ya no tenía que buscar más, tenía su propia historia.

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