9/1/11

Bienvenidos sean a la mesa del Señor

Estos días he tenido uno de los mayores y mejores aprendizajes que he podido encontrar por la vida, y del cuál estoy inmensamente agradecida. Muchas veces caminamos por el mundo con los ojos cerrados, con un velo en la frente que no nos permite ver quién tenemos enfrente, marcamos nuestro paso con el prejuicio por delante, ignorando las oportunidades que ofrece el camino. Creo que la humanidad está llegando al punto en que hay de dos sopas, o nos aceptamos tal cual somos, o nos comemos vivos. La primera opción suena mucho más atractiva, a final de cuentas, todos tenemos una nariz y una boca, un corazón y un par de pies, todos ocupamos de alimento para sobrevivir, y de un techo para dormir, todos buscamos aprecio y comprensión, y una mano amiga con quien compartir. No importa si eres blanco, negro o gris, no importa si crees en un dios o en un elefante rosa, no importa si usas zapato o huarache, no importa si tienes el mayor grado de estudios o si nunca pisaste un aula de clases. Ninguno tiene la vida asegurada, ni tiempo interminable, mucho menos la llave para la inmortalidad, pero si la esperanza de un descanso feliz en la eternidad. Ésta es la clase de respeto a la que me refiero cuando digo que la mejor opción es acabar de aceptarnos unos a otros, más allá de cualquier supuesto, razonamiento o situación. Seamos más humanos, empezando por valorar lo propio. La vida es un instante, no lo dejemos escapar.

No hay comentarios: