11/10/10

Mi tan indeseada nueva acompañante

Me acompaña una tristeza, sutil y elegante. Se toma el tiempo de arreglarse para el café de media mañana. Es ingeniosa y atrevida, siempre encuentra la forma de permanecer, aunque sabe que no es bienvenida. Se pasea entre mis cobijas, y por debajo de la ropa. Es belicosa, y nunca se conforma.

Sabe que buscar, pues me conoce demasiado bien. Se ha dado a la tarea de enlistar uno a uno los momentos, dosificarlos en pequeñas cantidades, y luego inyectarlos a la hora acordada. Conoce de memoria mis lamentos, los seduce con suaves caricias, y les invita a pasar; les sirve una copa, y después otra, hasta que están muy ebrios para no poderse ir a casa. Sabe de mis debilidades, y cómo explimirlas sin compasión, con la más delicada crueldad, sin aviso ni descanso.

Me trae a diario los olores, las lunas, los silencios, tu voz y mi canción. Los acomoda sobre la mesita de noche, como si se tratara de medicinas recetadas para antes de dormir. Se asegura que ha cumplido con ésta parte de la misión, y entre risas se despide: Buenas noches querida, te veo en un momento.

De un brinco llega hasta mis sueños, de los que se ha vuelto juez y creadora, con el cinismo por delante, y la fantasía por detrás. Me despierta al llegar el alba, me oprime el corazón, y me vuelve a arrullar, hasta que mi cabeza se cansa de bombardear fragmentos, sin lograr un sólo enunciado. Y así empieza el día, mi odiada y fiel acompañante preparando el desayuno con tus recuerdos, y yo queriendo que se marche.

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